Se calcula que, cada año, 700.000 casos nuevos diagnosticados en Estados Unidos son crecimientos o lesiones anómalos descontrolados procedentes de las células escamosas que conforman casi toda la capa más exterior de la piel (epidermis).
Los CE tienen la apariencia de persistentes parches rugosos, escamosos, gruesos que pueden llegar a sangrar si se rascan, arañan o reciben un golpe. Parecen verrugas o llagas abiertas con bordes en relieve y una superficie costrosa.
Los CE aparecen en cualquier parte del cuerpo, aunque suelen darse en áreas que suelen estar expuestas a la luz ultravioleta (UV) del sol, como por ejemplo en bordes de los oídos, labio inferior, rostro, cuero cabelludo, cuello, manos, brazos y piernas. La exposición solar que recibe una persona a lo largo de su vida se convierte en un daño acumulativo que puede llegar a provocar CE; a mayor edad, mayor incidencia.
Las personas de tez clara, cabello claro y ojos azules, grises o grises son los que más riesgo corren de desarrollar CE, si bien una persona muy expuesta al sol (o a las camas de bronceado) corre más riesgo. Enfermedades inflamatorias de la piel tales como cicatrices, úlceras, infecciones crónicas, quemaduras, rayos X o ciertos agentes químicos también aumentan el riesgo de CE. Aunque las personas de piel oscura son menos propensas que las de tez clara a padecer un CCE, todos los tipos de piel son vulnerables.
El HIV y otras patologías inmunodeficientes, la quimioterapia, los fármacos inmunosupresores (anti-rechazo) que se emplean en el transplante de órganos, así como una exposición excesiva al sol debilitan el sistema inmunológico y aumentan el riesgo de CE.
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